Hace un par de años tuve la maravillosa oportunidad de trabajar en uno de los enclaves mallorquines con más riqueza cultural y gastronómica de la isla, Pollença; una experiencia que ya os contaré en su oportuno momento. Este viaje despertó en mí unas ansiosas ganas de visitar este curioso archipiélago que nos regala miles de paraísos naturales. A la vuelta no dudé ni un segundo y empecé a prepararlo todo, informarme en profundidad y diseñar una ruta que me ayudara a descubrirlos.
Gracias al consejo de unos buenos amigos que había conocido en mi vivencia en la isla rey, me dispuse a iniciar mi aventura en Ibiza. Para aquellos que aún anden un poco perdidos por estos campos, les recordaría que es conocida como la isla blanca, por eso de su arquitectura encalada. Un dato que aunque parezca irrelevante creo que dice mucho de las experiencias de tranquilidad, paz y descanso que los pueblos ibicencos te proporcionan.
Puesto que me había despertado con hambre de cultura, decidí desplazarme a Sa Caleta, una zona fenicia declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Para los más previsores os diré que este poblado se encuentra a tan sólo 9 km del aeropuerto y se accede fácilmente por la carretera que va desde el aeropuerto hasta Sant Josep de sa Talaia, tomando el desvío por el bar La Ponderosa. Este pequeñísimo puerto natural de pintorescos paisajes pesqueros parecía el sitio perfecto para pasar la primera noche. Para mi sorpresa, me di cuenta de que esta área podría ofrecerme mucho más de naturaleza y gastronomía que casi de cultura.
A media tarde, pude darme un gratificante baño en Es Bol Nou, una de las calas cercanas de Sant Josep de sa Talaia que, rodeada de acantilados con piedras de tono anaranjado y con aguas cristalinas, permite además tonificantes baños de arcilla. Para acceder, una vez que hayáis aparcado, tan solo habrá que bajar una pequeña pero algo empinada cuesta hasta la arena.
Puesto que me había despertado con hambre de cultura, decidí desplazarme a Sa Caleta, una zona fenicia declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Para los más previsores os diré que este poblado se encuentra a tan sólo 9 km del aeropuerto y se accede fácilmente por la carretera que va desde el aeropuerto hasta Sant Josep de sa Talaia, tomando el desvío por el bar La Ponderosa. Este pequeñísimo puerto natural de pintorescos paisajes pesqueros parecía el sitio perfecto para pasar la primera noche. Para mi sorpresa, me di cuenta de que esta área podría ofrecerme mucho más de naturaleza y gastronomía que casi de cultura.
A media tarde, pude darme un gratificante baño en Es Bol Nou, una de las calas cercanas de Sant Josep de sa Talaia que, rodeada de acantilados con piedras de tono anaranjado y con aguas cristalinas, permite además tonificantes baños de arcilla. Para acceder, una vez que hayáis aparcado, tan solo habrá que bajar una pequeña pero algo empinada cuesta hasta la arena.
Como puedo imaginar que nos pasa a muchos, justo en el momento de mayor relax, un sentimiento de hambre voraz se apodera de nosotros. Pues bien, les recomiendo que se animen y disfruten de un sabroso bullti de peix, un plato a base de pescado típico de la zona, caldo y patatas, a veces acompañado con arroz a banda. Y de postre: Greixonera!! Lo siento pero yo al postre sí que nunca me puedo resistir, y una especie de pudín de ensaimada despierta el interés de cualquiera.
Para terminar os recomendaría un típico pero no usual atardecer en Ibiza sobre la arena disfrutando de un magnífico cóctel a pie de playa. Si tenéis suerte y se cruza un velero entre los acantilados, ese momento mágico se convertirá en inolvidable.
Os dejo con un vídeo que recoge bien algunos datos históricos del asentamiento fenicio de Sa Caleta y algunas descripciones de las praderas de Posidonia.
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